12.10.07

12 de Octubre

Desde la atalaya de mi condición de ciudadano, diviso una ofensiva nacionalista que no puedo por menos que atribuir a la toma de posiciones ante la cita electoral del próximo marzo. Es importante ocupar una determinada posición que ancle a los votantes movidos por el sentimiento más etéreo de cuantos invaden la política: el de la patria, la bandera y la nación.

No veo necesario marcar mi posición, aunque llegados ciertos momentos parece irremediable como previa disculpa a los ofendidos de uno y otro lado de la cuerda. Europeo, Español, Castellano de Castilla y León, Palentino y Monzonés. Por ese orden, mediante esa path me puedo definir. Pero como es obvio, no me voy a pegar con nadie por ello, pero tampoco pedir perdón.

Pero últimamente los agraviados por uno y otro lado de esta balanza nacionalista, parecen tener la necesidad de usar al adversario para remarcar más su identidad. ¿A qué vienen todas las manifestaciones que últimamente abarrotan los informativos? Seguramente se darán cuenta que todos esos actos alimentan el ego de quienes les odian. La retroalimentación, y la necesidad de unos para justificar la presencia de los otros es parte de su propia estrategia.

Como ejemplo. Estos muchachos que han puesto de moda quemar banderas españolas y fotos del Rey, saben que en otro lado de España, en…Madrid por ejemplo, hay un tipo cuya nostalgia por tiempos pasados le hace cargarse de ira y cargar contra todo lo que tenga que ver con lo catalán. A su vez, ese odio a todo lo catalán alimenta a jóvenes independentistas de izquierdas (que contradicción, pero así se autodenominan) que proclaman su vanidad patriotera mientras el gran público se retuerce de antipatía en sus sofás.

No se puede negar que no hago un esfuerzo por comprender a los nacionalistas, a los periféricos cuya idea de España es la que es, y a los nacionalistas españoles cuya idea de España desprecia todo lo que tenga que ver con la pluralidad. Mientras tanto, el PP se apunta a este juego erigiéndose como único protector de la bandera española, como si la bandera necesitase que una pandilla de patrioteros la estuviesen defendiendo a cada momento.

Realmente confío en la Constitución y en su capacidad para aglutinar a todos los que aquí vivimos, se sientan españoles o no (que todos los somos), capaz de aceptar la multiculturalidad, el multiligüismo, y el sinfín de sensibilidades y sentimientos que conviven. Pero no juguemos a reprocharnos nada, que un nacionalismo se alimenta con otro porque la balanza tiene que estar equilibrada. Si uno se aleja del punto medio, otro en el otro lado, se tiene que alejar también. Y así no vamos a ningún lado.